REFUGIO (NO SÓLO) DEL ESPÍRITU EN MIRAFLORES

Alexander Forsyth

1955 ∞ 2019
Director del sello editorial Tierra Baldía (2018-2019)

“Conocí a Fernando Fuenzalida hacia 1990 o 1991, en un momento muy grave en la vida del país y en la mía propia, pues veníamos de pasar una década demencial por la brutal violencia política que azotó al país en los 80. Nuestras vidas y nuestras aspiraciones estaban por entonces suspendidas en una sustancia coloidal parecida a la nada, tal la profunda desazón que me producía el sentir que nuestro destino estaba en manos de enajenados mentales salidos de las canteras del marxismo (¿podía acaso ser de otro modo?) y, por reacción difícilmente evitable dada la naturaleza de nuestro Estado, de las fuerzas del orden.
No recuerdo cómo diablos fuimos a dar una mañana de febrero Fernando y yo al local de una conocida ONG con la finalidad de formar un grupo de trabajo que diese forma a una revista de opinión sobre temas de realidad nacional, proyecto en el que trabajamos con ahínco durante varios meses y que, pese a todo, nunca vio la luz, lo que tuvo ninguna importancia pues trabar amistad con Fernando y, a través de él, con un grupo igualmente valioso de sus amigos, fue recompensa suficiente para mí.
Conspicuo antropólogo y filósofo peruano, brillante como pocos y de una curiosidad pantagruélica (poseía una asombrosa cultura que no se quedaba en mera erudición narcisista, contraviniendo la norma), Fernando veía el mundo en una dimensión tan amplia y compleja que podía identificar sin dificultad las correspondencias entre fenómenos en apariencia disímiles y muy distantes entre sí para el observador casual, y tenía el raro poder de despertar en sus interlocutores las estructuras mito-poéticas que por lo común yacen apagadas (aunque clamorosas, en desconcertante contradicción) en la psique del hombre moderno. Fernando hablaba con los pies asentados en el terreno de la Tradición (hablo de la ciencia de lo sagrado, no de «lo tradicional», que es convencional y superfluo), como lo hacían los antiguos bardos celtas, que hablaban en la lengua de la poesía.
No es difícil comprender que su amistad y su saber —los que, junto con su tiempo, compartía de manera generosa y desinteresada, sin condiciones ni cortapisas— fueron un verdadero Bálsamo de Fierabrás para mí pues con su ayuda pude navegar con éxito (y por tal me refiero a estar aquí para contarlo) las procelosas aguas del Mar de lo Absurdo. En suma, un maestro, en sentido cabal. No. Un Maestro, con mayúscula inicial.
Nuestra amistad duró hasta su sentido fallecimiento hace siete años, y me proporcionó el honor y la satisfacción de ser el editor de la que considero su obra señera: TIERRA BALDÍA. LA CRISIS DEL CONSENSO SECULAR Y EL MILENARISMO EN LA SOCIEDAD POSMODERNA, un fascinante libro sobre la posmodernidad escrito «… en un estilo que semeja un videoclip de MTV», como el mismo Fernando lo describió un día, tal la sucesión ininterrumpida de hechos, imágenes y datos que en hemorragia incontenible vierte sobre el lector, al extremo de cerrar el libro con LA SOCIEDAD INDUSTRIAL Y SU FUTURO, el manifiesto que Theodore Kaczynski —el Unabomber, un «… matemático, filósofo, neoludita, anarco-primitivista y terrorista estadounidense», como lo califica Wikipedia—, obligara al Washington Post y al New York Times a publicar bajo amenaza de cometer más atentados si se negaban a ello.
Y es que, en efecto, TIERRA BALDÍA… (que toma prestado el título del célebre poemario de T. S. Eliot, THE WASTELAND, pues ambos se ocupan de la crisis espiritual del hombre moderno, filiación que Fernando reconoce desde el inicio) es una sucesión vertiginosa de fenómenos que marcan la vida en las grandes ciudades del mundo, pertenezcan o no al orbe occidental, desde el enfrentamiento entre el Cercano Oriente y Occidente hasta la virtual catalogación de cultos, movimientos religiosos y espiritualistas de todo tipo, pasando por las visitas de los OVNI, las teorías de conspiración más bellacas y aberrantes que podamos imaginar, las verdaderas conspiraciones engendradas desde el poder y los medios (incluyendo los encubrimientos), los experimentos científicos con fines militares y un sinfín de sucesos y creencias vivas y muertas resucitadas y regurgitadas constantemente por una humanidad desesperada que, al borde del colapso, cifra sus esperanzas en un Fin del Mundo que nunca llega. Un libro, entonces, que deja sin aliento al lector que se atreve a recorrer sus páginas.
El mismo Fernando era un fenómeno extraño, pues la mera idea de un intelectual latinoamericano auscultando la realidad planetaria desde Latinoamérica (por sus páginas desfilan sucesos acaecidos en Nueva York y Buenos Aires, Lima, Santiago, Tinbuktu y Lilongwe, y ni Tobolsk ni Ciudad del Cabo, entre muchísimas otras ciudades y localidades repartidas a lo largo del globo están fuera del alcance de su mirada inteligente) es tan extraña como «… encontrar un antropólogo en marte», al decir de Oliver Sacks. Difícil compañía la suya para intelectuales que miran la realidad a nivel local, exclusivamente, cuyas miradas provincianas resultan asfixiantes por ser incapaces de pensar fuera de los cauces convencionales; esto explica la incomprensión que rodeó a este complejísimo libro en el mercado intelectual limeño desde su publicación en 1995.
Hagamos ahora un «fast forward» hasta nuestros días, y hablemos de una de las semillas que germinó, contradictoria y felizmente, en esta tierra infértil de la que nos habla Fernando. Me refiero a la ASOCIACIÓN TIERRA BALDÍA (ocioso referirnos al origen de su nombre), un espacio cultural que Rebeca Fuenzalida, la hija menor de Fernando, acaba de echar a andar en Miraflores como un homenaje a su padre y su obra. El proyecto está signado por una doble intención: de un lado, poner en valor el legado de uno de los más importantes intelectuales que haya dado el Perú en tiempos recientes, y, por otro lado, proyectarlo ambiciosamente hacia la comunidad tanto en el tiempo como en el espacio, permitiéndole con ello alentar la investigación y la reflexión en esta parte del mundo.
No es fácil definir a TIERRA BALDÍA pues el proyecto se resiste a verse reducido a una mera etiqueta: galería de arte, centro de apoyo al artista, laboratorio gastronómico, biblioteca especializada en temas de antropología (la biblioteca personal de Fernando, que Rebeca ha logrado preservar intacta, está a disposición de los interesados), sala de conciertos, editorial, restorán cultural, encrucijada de saberes (y sabores), generosa invitación al diálogo interdisciplinario, y un etcétera tan amplio como nosotros, sus usuarios, queramos hacer de él.
Con un hermoso y cómodo local en Miraflores, y a tono con los tiempos y con nuestras fortalezas culturales, TIERRA BALDÍA tiene como uno de sus ejes principales a la gastronomía peruana, a la que dedica importantes recursos ya que cuenta entre sus filas con hombres de pailas y sartenes venidos del Perú y del extranjero, que ofrecen sus delicias en un confortable ambiente.
Me constan sus bondades cocineras, pues en días pasados di cuenta de una maravillosa sopa de tomate HECHA EN EL MOMENTO que me permitió sacarle la lengua al crudo invierno que ahora nos visita, y hoy fue una hamburguesa «de príquiti y mangansúa», como decían los limeños del XIX para referirse a lo fuera de serie, ya que el pan (un ingrediente importantísimo usualmente descuidado en las hamburgueserías limeñas, que se enfocan en el relleno de la hamburguesa) estaba buenísimo por ser hecho en casa, la carne tenía una esmerada sazón y el punto justo de cocción, y sus French fries eran de papa negra, una variedad para mí desconocida, y habían recibido nada menos que triple cocción; como comprenderán los lectores, estaban tan crocantes y sabrosas que se me hizo difícil no devorarlas como un neanderthal que no ha probado bocado en varios días. Para paladares educados que aprecian los sabores sutiles.
Su carta, tanto de vinos y licores como de platos, se caracteriza por su énfasis en la calidad antes que en la cantidad (hablo del número de ítems, y no del tamaño de las porciones), un detalle de buen gusto, lo que se aplica también al delicioso café que ofrecen: nacional y gourmet, adquirido en condiciones de Comercio Justo. Su restorán, por último, además de actuar como laboratorio gastronómico, tiene la noble finalidad de servirle de sustento, pues TIERRA BALDÍA no goza de subsidios estatales o privados de tipo alguno. Todo esto le da una muy valiosa y necesaria independencia en la producción y difusión de contenidos culturales, algo que debemos preservar a toda costa.
Amplia y nutrida es su agenda de actividades culturales, pues en su local se realizan lecturas guiadas del libro de Fernando; talleres de poesía y de escritura creativa conducidos por artistas e intelectuales de primer nivel; exposiciones de arte (actualmente se exhibe hasta fines de julio una muestra con la obra de Dante Castro, joven y original artista egresado de la Escuela Corriente Alterna); conversatorios interdisciplinarios sobre múltiples temas; y presentaciones de libros, entre otras. Cabe señalar, para terminar este post algo largo ya, que en TIERRA BALDÍA se tiene especial interés en las relaciones humanas, ejemplificadas en su celosa defensa del arte de la conversación, lo que se aprecia en la frase de Voltaire que le sirve de leitmotiv: «La conversación es una forma de música». Quien visite su local comprobará IN SITU e IN CORPORE ET SPIRITU la buena fortuna que por estos días nos asiste en Miraflores.
Ubicación: Avenida Del Ejército 847, Miraflores.”
 
10 de Julio, 2018